Vivir en una ciudad que cada semana registra un promedio de 45 ejecuciones ya no es noticia para sus habitantes ni visitantes, quienes se aterrorizaron el pasado 12 de agosto, cuando casi 50 vehículos fueron incendiados en puntos visibles y no en la periferia de la ciudad, donde cada año son asesinadas cerca de dos mil personas.
Una fotografía resume el día a día de Tijuana: mientras el cuerpo de un hombre yace al lado de un puesto de tacos, una familia sigue comiendo sin inmutarse.
Si una patrulla de la policía municipal o de la Ministerial tarda en llegar, aún hay que esperar a los peritos de la Dirección de Servicios Periciales y después de ello a la unidad de traslado de cadáveres.
Tanto creció la demanda que el único vehículo del Semefo que acudía a las escenas del crimen —una destartalada panel de los años 80 color azul marino—, fue insuficiente para “levantar tantos muertos”.
Por ello, el Poder Judicial de Baja California concesionó a dos funerarias este servicio y con el recurso recibido compraron cuatro unidades más ágiles y modernas.
“Nos distribuimos la ciudad, pues no podíamos darnos abasto con tanto llamado, ya que no sólo levantamos los cuerpos de los ejecutados, sino de los accidentados, atropellados o indigentes que morían en la vía pública”, explicó el gerente de una de esas agencias.
Por las noches, Verónica llega de su trabajo en el Hospital General de Rosarito y se encierra en su pequeña casa en Natura, junto con sus dos hijas. Y cada fin de semana, cuando, suenan los disparos de las bandas que se disputan la plaza, ya saben lo que tienen que hacer: arrastrarse por el piso hasta llegar al baño.
A veces suenan las pisadas de alguien huyendo por los techos, como si fueran gatos de 70 kilos. “De seguro alguien no pagó, ahorita ha estado tranquilo, pero a veces, por la mañana, vemos a las patrullas o ambulancias, o ya de plano la camioneta del Semefo.
Que Dios me perdone, pero respiré tranquila cuando fueron por el hijo de mi vecina. Andaba muy mal, vendiendo droga en el patio de su casa, yo nada más pensaba cuándo iban a soltarse a disparar a lo tonto y que a mi casa fuera a llegar una bala”, dijo la enfermera. “La violencia está mapeada en la ciudad, pues las autoridades tienen las estadísticas de las zonas y colonias que registran mayor número de delitos de alto impacto, como los homicidios y robos a mano armada”, explicó el expresidente del Consejo Ciudadano de Seguridad Pública, Juan Manuel Hernández Niebla.
Una sobrina de Juan Manuel murió atropellada con su propio carro, luego de ser despojada de su bolso y sus llaves e intentar impedir el avance de la camioneta. Los ladrones le pasaron por encima.
“En Baja California, la violencia y la inseguridad no sólo merman la tranquilidad de los ciudadanos, también impacta en el desarrollo económico y la competitivdad de nuestro estado”, publicó en Twitter el empresario, al acompañar de una gráfica sus afirmaciones.
Yuliana Peña vive en la colonia Sánchez Taboada, una de las más peligrosas no sólo de Tijuana, sino de todo el mundo. Su rutina se reduce a salir de su casa a su trabajo y encerrarse tras volver.
Cuando se va de antro a la avenida Revolución o a la Zona Río —la más cotizada de la ciudad—, el regreso a casa era todo un reto para su exnovio, quien debía transitar por calles donde en cada esquina hay un picadero o una cruz que indica que ahí se había cometido una ejecución.
En Tijuana habitan desde sinaloenses y sonorenses hasta gente de Michoacán, Jalisco, CDMX y Chiapas, a quienes se suman miles de extranjeros, como estadunidenses, chinos, haitianos, salvadoreños y hondureños entre otros.
Fue paso temporal de miles de ucranianos que llegaron huyendo de la guerra y todavía quedan rusos que cruzan en carros de lujo, apoyados por las mafias de su país.