La Liga Femenina de Fútbol Profesional estadounidense es escenario de un abuso sistemático a todos los niveles hacia sus jugadoras y sus máximas instancias han ignorado de forma repetida las acusaciones al respecto, apunta un duro informe publicado este lunes.
La investigación independiente del bufete de abogados King & Spalding plantea un panorama en el que el abuso verbal y emocional hacia esas deportistas y los comportamientos sexuales inapropiados exceden los límites de un entrenamiento «duro» y son habituales desde las categorías inferiores hasta las superiores.
En las cerca de 200 entrevistas a jugadoras retiradas y en activo, entrenadores, propietarios de clubes o personal de plantilla se pusieron en evidencia tácticas manipuladoras que eran cuestión más de abuso de poder que de mejora del juego y un preocupante patrón de comentarios de contenido sexual, tocamientos indeseados o relaciones sexuales coercitivas.
Los equipos, la Liga y la Federación «no solo fracasaron sistemáticamente a la hora de responder de forma adecuada cuando fueron confrontados con denuncias de las jugadoras y muestras de abuso, sino también a la hora de instaurar medidas para prevenirlo y afrontarlo», recalca ese documento de 36 páginas.
Como resultado de esa falta de vigilancia, entrenadores responsables de esos abusos se fueron moviendo de equipo en equipo sin que nadie frenara sus contratos, blanqueados por comunicados de prensa en los que los clubes agradecían los servicios prestados.
El informe fue encargado por la Federación de Fútbol Estadounidense (USSF), a quien se le reprocha el silencio mantenido al respecto.
La Liga Nacional de Fútbol Femenino (NWSL, por sus siglas en inglés) fue creada en 2012 y tuvo sus primeros partidos en la primavera de 2013. El bufete de abogados reconoce que el abuso verbal y emocional y las conductas sexuales inapropiadas ya eran un problema extendido en el fútbol femenino antes de su fundación.
Sin embargo, esa Liga, que sustituyó a la llamada Fútbol Profesional Femenino (WPS), no consiguió corregir la situación ni instaurar cortafuegos.
El documento se centra en tres entrenadores -Paul Riley, Rory Dames y Christy Holly- para ilustrar la gravedad del fenómeno, pero recuerda que la pasada temporada la mitad de los diez equipos de la Liga se separaron de sus técnicos tras denuncias de las jugadoras.
De Dames, por ejemplo, sus jugadoras en el juvenil Eclipse Select Soccer Club recuerdan que las llamaba «putas», «retrasadas» o «culo gordo» y que «en múltiples ocasiones cruzó la línea de las relaciones sexuales». Una vez en el Chicago Red Stars, dentro de la Liga, instauró un ambiente hostil con abuso verbal durante los partidos, dice el informe.
La investigación sostiene que, «en general», los clubes, la NWSL y la USSF, por encima de la seguridad y el bienestar de las jugadoras, parecen haber dado prioridad a las consecuencias legales de un posible litigio con los entrenadores y a la mala prensa que eso podría haber atraído.
Normalizar como parte de un «entrenamiento duro» ciertos comentarios sexistas y abusos verbales y emocionales, así como las relaciones íntimas entre entrenadores y jugadoras, contribuyó a perpetuar esas conductas.
Las eventuales represalias temidas por las deportistas también fueron en su contra: «Como en cualquier liga profesional, simplemente querían jugar y maximizar sus posibilidades de ser convocadas en la selección».
Entre las recomendaciones para corregir esta situación se aboga por una mayor transparencia y rendición de cuentas, un reglamento claro que defina los comportamientos inapropiados y facilitar que las jugadoras puedan canalizar sus preocupaciones.