Diana es trabajadora del hogar desde hace 22 años y desde la primera semana de marzo dejó de laborar a causa del COVID-19. Su empleadora de nacionalidad francesa regresó a su país en cuanto supo que la enfermedad había llegado a México.
A causa del confinamiento por la pandemia no ha podido encontrar otro empleo.
Cada día que pasa su situación económica se complica más. Hay gastos que no se detienen: comida, pago de renta, agua, luz, a esto se suma la compra de medicamentos.
Diana tiene 48 años y padece fibromialgia, una enfermedad crónico degenerativa. Hace poco tiempo también le diagnosticaron lupus e hipertiroidismo.
La mayoría de las trabajadoras del hogar carecen de derechos y prestaciones laborales, Diana, por ejemplo, no cuenta con seguridad social, así que tiene que invertir cada mes entre 2 mil y 2 mil 500 pesos para comprar los medicamentos que necesita.
“Debido a mis padecimientos tengo que tomar medicamentos de por vida y desgraciadamente el llamado Seguro Popular (ahora Insabi) no me los da. Yo compro medicamento similar, para patente el presupuesto no me da, ahora ya se acabaron, pero cómo los compro, con qué”, cuenta.
Dice que su hija le manda algo de verdura para comer y una amiga y su pareja, que vive en otro domicilio, también la ayudan.
“No recibí finiquito. Tenía pocos ahorros que me han ido ayudando este tiempo, pero lo poco que me quedaba ya se terminó. Ya debo dos meses de renta. La verdad es una situación bien complicada para nosotras”.
Las trabajadoras del hogar son un sector que ha sido fuertemente afectado durante esta pandemia: muchas han sido enviadas a descansar sin pago, otras han sido despedidas, e incluso, algunas fueron recluidas en los hogares donde laboran trabajando por más de ocho horas diarias los siete días de la semana.
En México, de acuerdo con el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (CACEH), alrededor de 2.3 millones de personas se dedican al trabajo del hogar remunerado, 92% son mujeres.
Una de cada tres son jefas de familia y sostienen la economía en sus hogares con ingresos que suelen estar por debajo del salario mínimo.
Verónica, de 40 años, trabaja para cuatro empleadores, dos de ellos la mandaron a casa por el COVID-19 sin recibir pago alguno. Continúa laborando para dos personas más. Con cada uno va una vez a la semana.
Desde Atizapán de Zaragoza se traslada un día a la Roma Norte y otro a División del Norte en transporte público, tomando Metro y combi.
“La verdad sí voy con miedo de contagiarme de coronavirus, trato de cuidarme los más posible siguiendo las medidas sanitarias, uso cubrebocas y todo. Mis empleadores dicen que me cuide mucho”.
Ella sostiene su hogar. Vive con su tres hijos (una de 12 años, uno de 9 y otra joven de 19 años) y para ella la situación económica es muy complicada. Le preocupa conseguir otros empleos, pues con los dos días que trabaja actualmente no le alcanza.
“Con mis otros dos empleadores no voy a regresar, uno se quedó sin chamba y al otro le bajaron el sueldo, así que me dijeron que ya no me podrían contratar”, comenta.
Cuenta que ahora solo está sobreviviendo, estirando el dinero lo más que puede para pagar renta, comida, transporte y todos los servicios básicos.
“Voy al día y es muy complicado. Ahorita nadie quiere contratar y es entendible, pero mientras qué hacemos”.